Quizás en la casa se escuchó un “ahora vuelvo” al que nadie le dio más importancia, porque en una sociedad normal, cuando un niño dice ahora vuelvo, debería volver. Porque en una sociedad normal, la muerte debería estar muy lejos de los 8 años.
El problema vino cuando ese “ahora vuelvo” comenzó a durar demasiado. Es en ese momento cuando se descubre que la incertidumbre es el peor de los miedos.
Y así, entre dolor y esperanza, han pasado los días hasta que la realidad nos dice que se ha ido, y junto a él se han ido también todos sus futuros momentos, quizás todos esos peces que él podría salvar, todo lo que nos podría aportar… con él se ha ido también un trocito de nuestras vidas.
Y ahora, después de la muerte, aparecerán las dos justicias. La primera, la de nuestra legislación, ésa que seguramente pondrá un precio de saldo a la vida humana. La segunda, la que surge del odio, la que aparece cuando uno ya no tiene nada más que perder. Una justicia, esta segunda que, afortunadamente, nunca sale adelante porque el dolor de la pérdida es siempre mayor que el de la venganza.
Y entre esas dos justicias y un “ahora vuelvo”, sobrevivirán a partir de ahora unos padres que lo van a ver en cada pensamiento, en cada parte de la casa, en cada palabra y, sobre todo, la van a ver cuando, en medio de la noche, se despierten entre lágrimas con la esperanza de que todo haya sido un sueño.
Y aunque ustedes no lo crean, lo mejor será que siempre sigan viéndolo, porque eso significará que no lo han perdido, que seguirá viviendo en sus recuerdos.
D.E.P.